Magdalena Penitente

La escena se desarrolla sin paisaje abierto, como aparece en sus representaciones, con un fondo oscuro, en alusión a la oscuridad de la cueva, lugar dónde habitó María Magdalena al final de su vida. Un espacio de gran tenebrosidad que configura una escena de gran dramatismo lumínico, envolviendo de luz la figura de la protagonista en la oscuridad.

Destacan el rostro y las manos por su expresividad y por la devoción, pero también por la emotividad y el colorido. Existe un fuerte contraste entre el rostro devoto, contemplando el crucifijo y la rotundidad carnal de su cuerpo.

Por una parte, en los ojos, con solo unos gramos de pigmento blanco – recurso utilizado tantas veces por El Greco – sucede lo que muchos consideran un milagro artístico: dotar a la Magdalena de fuerte intensidad espiritual. Los ojos de La Magdalena, no solo transmiten tristeza y sufrimiento, sino también una profunda conexión emocional que invita a dirigir la mirada hacia más allá de lo visible.

MAGDALENA PENITENTE

El rostro de la Magdalena ofrece una gran belleza, con unos labios rojos cerrados que destacan sobre la tez dorada de la santa.

La larga cabellera esconde su pecho; el artista describe la sensación de dolor y arrepentimiento y a ello contribuye la propia desnudez de los hombros. Aparece ataviada de preciosas sedas, realizadas con un juego compositivo de curvas y movimiento. La belleza de la tela remite a la pintura italiana, sobre todo veneciana, tanto por el color utilizado, de predominio dorado, como por la ampulosidad del tejido.

Varios objetos nos sirven para la identificación de la figura: un sencillo Crucifijo de madera, sus manos, alargadas y expresivas que se apoyan en una cabeza de calavera y, por último, un libro abierto que se apoya en una mesa que, a pesar de estar en penumbra, parece una consola barroca.

A lo largo de la historia, a la Magdalena se la representó preferentemente de esta manera, especialmente en el siglo XVII, un momento en que los católicos sintieron una especial fascinación por las vidas de místicos y santos que vivieron en soledad en lugares salvajes, dedicados a la oración y la penitencia. María Magdalena es mencionada en el Nuevo Testamento como discípula de Cristo. De acuerdo con los Evangelios, alojó y proveyó materialmente a Jesús y sus discípulos durante su estancia en Galilea, y estuvo presente en la Crucifixión. Fue testigo de la Resurrección, así como la encargada de transmitir la noticia a los apóstoles. Se la identifica también con la mujer que ungió con perfumes los pies de Jesús antes de su llegada a Jerusalén, por lo que su atributo iconográfico principal es un frasco de esencias que, en el cuadro, no aparece.

María Magdalena proporcionaba con su biografía y atributos físicos, grandes oportunidades a los artistas de representar la imagen de una mujer hermosa, ricamente ataviada o bien, penitente y, aunque no había muchas variaciones, los artistas se las ingeniaron para dejarnos un catálogo variado, siempre con el común denominador de su belleza, su desnudez y los atributos conocidos, el tarro de perfume, el crucifijo, la calavera y el libro de devoción.

Todo ello remite a identificar el cuadro dentro del estilo de la escuela italiana del siglo XVII, en particular de los modelos de Tiziano.

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